Silencio en la zona cero, 'traficazo' en el centro y 'turismo policial': la Cumbre de Granada, desde fuera
Los granadinos viven una jornada atípica en la que el acceso a muchas calles estuvo cortado, algo que obligó a los autobuses a variar sus itinerarios
Policías nacionales y guardias civiles, de paisano, y un grupo de armenios protestan en la calle como adelanto de la manifestación convocada por la Cumbre Social
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A las 10.15 de la mañana, el día en Granada parece tan normal como los anteriores, pero conforme uno se acerca al Palacio de Congresos y Exposiciones, se da cuenta de que no lo es en absoluto. Por las calles donde no está restringido el tráfico circulan bastantes coches negros y grandes con las ventanillas traseras tintadas. Mientras, en el cielo, sobrevuela continuamente un helicóptero. Parece que se trama algo grande.
En el tramo final de la Acera del Darro, el tráfico ya está cortado y para vigilar que no entre nadie hay decenas de policías locales. La cifra no es exagerada: decenas. Los mismos, más o menos, que hay al otro lado del río, en la calle Poeta Manuel de Góngora.
Doblando para el Paseo del Violón, con el palacio ya visible, conviene ponerse la acreditación si el objetivo es entrar. Allí ya no se divisa ningún coche y se respira un silencio nada habitual. Lo único que se oye es el murmullo del agua, justo en el punto en el que el Darro muere en el Genil.
Es un silencio que recuerda al que se vivió en los primeros días de la pandemia, allá por marzo de 2020, cuando apenas se veía a nadie en la calle. No da tanto miedo como el silencio de entonces, pero también es inquietante.
Aunque se esté acreditado, al edificio donde se celebra la Cumbre Europea no se puede entrar del tirón. Por si las decenas de policías -ahora de la Nacional- y las vallas no fueran suficientes para alertar de que está prohibido, en la rotonda que hay justo delante han instalado una tanqueta que como adorno podría tener su punto, pero que en tales circunstancias causa desasosiego.

Toca dar un rodeo, pasar un riguroso control de seguridad, similar al de los aeropuertos, y, ante la mirada de un montón de agentes, entrar por fin en el corazón de la bestia, la zona cero de la zona cero. Y para llegar hasta la sala de prensa hay que bajar un montón de rampas. Es un chiste fácil, pero también una tentación, pensar mientras se desciende que más bajo no se puede caer.
La sala de prensa es gigantesca y está casi llena pese a que la cumbre aún no ha empezado. Las voces en varios idiomas de los periodistas deja claro que es un encuentro internacional. Al fondo se ve que han acondicionado un espacio para que después se sirva un almuerzo. Es un consuelo, no sólo los mandatarios y sus acompañantes van a comer gratis.
Salir es más fácil que entrar. En el camino de vuelta al Violón, el cronista se percata de que hay dos accesos. Uno es para los periodistas pero, ¿y el otro? Pregunta y un policía, que parece entrenado para no decir ni una palabra más de la cuenta, contesta con un: «Seguridad» que no deja claro si es que por ahí entran los encargados de velar por ella o que no puede revelarlo.
De regreso a la rotonda de la tanqueta, la novedad es que hay mucha gente que antes. Por lo pronto hay una veintena de policías nacionales y guardias civiles -sin uniforme- que se han concentrado para demandar «una jubilación digna y la plena equiparación salarial».

Pero también hay curiosos. Algunos no se cortan y se hacen fotos delante de la tanqueta, de las vallas y de los agentes. A falta de un término para designar eso, se le podría llamar 'turismo policial'. Y como hay televisiones, hay gente que quiere salir. «¡Hemos salido en la tele!», proclaman a voz en grito tres chicas que le acaban de fastidiar un plano a un cámara.
Otros llegan simplemente para ver qué pasa. Entre ellos, dos hombres mayores que aligeran el paso conforme alcanzan su objetivo. Uno, en una variante del famoso «te lo dije», le recuerda a su amigo que ahí iba a haber movida. «¿No te dije que no íbamos a ser los únicos goleores?», le reprocha. Los goleores, por aclarar, son los que van a goler, a oler, a husmear, a ver qué está pasando.
Alejarse de la zona cero significa volver a la ruidosa normalidad del centro granadino, más intensa que de costumbre -que ya es decir- al llegar a Puerta Real. Allí se escucha una auténtica sinfonía de silbatos de la Policía Local, que trabajan a destajo para tratar de ordenar el tráfico. La cumbre ha obligado a desviar el itinerario de casi todos los autobuses que circulan por el centro. Todos pasan hoy por allí y la tarea de ordenarlos y coordinar eso con el tránsito de coches, motos y peatones no es sencilla.
A las doce, en la Plaza de las Pasiegas, frente a la catedral, unas cincuenta personas protagonizan otra concentración. Es el segundo anticipo de la manifestación convocada por la tarde por la Cumbre Social Granada. Son armenios y reclaman a la Unión Europea medidas contra Azerbaiyán por la «política de limpieza étnica» que, aseguran, está cometiendo en la zona fronteriza con Armenia. En el fondo lo que quieren Azerbaiyán y Turquía, su aliada, es «apropiarse del gas armenio».

Igual lo saben o puede que no. Como a un kilómetro de distancia, en la cumbre, no está Erdogan, el líder turco, baja por resfriado. Sí que ha acudido Zelenski, el presidente ucraniano, que por seguir con el argot futbolístico, fue duda de última hora por motivos de seguridad. No los habrían podido ver por mucho que hubieran querido. Los líderes estaban dentro, como en otra dimensión. Tan cerca y tan lejos.
¿Y qué pasa con los turistas del día a día? Los ha habido, pero no han hecho lo de siempre. Dolo, Antonio y Andrés, tres amigos que viven en Málaga, llegaron por la mañana a Granada y no pudieron ir a la Alhambra, cerrada a cal y canto y reservada para los dirigentes europeos. Tampoco al resto de los monumentos gestionados desde el monumento nazarí, como el Palacio de Dar-Al-Horra.
Han tenido que dejar el coche en un parking de Camino de Ronda y caminar desde ahí a su apartamento, que por cierto les costó mucho trabajo encontrarlo. «Intentamos reservar un hotel mucho tiempo atrás, pero estaba todo pillado», revela Dolo, que en ese momento no sabía que estaban reservados con mucha antelación a cuenta de la cumbre. A la vista de que no tienen muchas posibilidades culturales, toman una rápida y probablemente juiciosa decisión: se van de tapas.
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