De la movida al stop
Tenemos la constante sensación de haber llegado tarde. Los que nacimos a mediados de los setenta somos los hijos de la juventud del 68, de los adultos protagonistas de la Transición. Hemos crecido escuchando lo dura que fue la represión franquista pero lo romántico de su resistencia, de los besos proscritos, de las carreras por la Ciudad Universitaria, de César Vallejo de contrabando. La nostalgia aquilata el pasado, es posible que aquellos días no fuesen tan idílicos, ni el viaje en auto-stop a Perpiñán ni aquellas primeras elecciones con gente sentada en el marco de las ventanillas de los coches mientras ondeaba banderas. Pero es innegable que esos tiempos, tiranos o gozosos, fueron importantes, decisivos en la historia de España.
La leyenda más reciente es la Movida madrileña. Quienes hoy rondamos la treintena apenas teníamos cinco años cuando Almodóvar se pintaba los labios y Alaska era incluso guapa. Hasta ahora, tampoco habíamos lamentado no habitar aquella época que se nos antojaba un mundo de lacas y plástico insoportable, de una música esencialmente destartalada y provocadora y de una droga que ha pasado demasiadas facturas impagables. Sin embargo, el tiempo ha convertido aquella estética, aquel movimiento en un mito. Han transcurrido 25 años desde que un montón de jóvenes madrileños tomó una fogosa bocanada de libertad tras casi cuarenta años de dictadura, desde que inauguró una especie de punk español libidinoso y hedonista. Los integrantes de la Movida buscaron un nuevo planeta de contracultura y sexo diferente al de sus padres, andaban tras una forma de vida distinta al gris del franquismo.
Pero ahora, en lugar de contemplar aquella orgía de cueros y tacones de aguja como una excéntrica y demente ola revolucionaria, como la patética catarsis de una juventud que ha acabado muriendo de sobredosis o, en el mejor de los casos, negociando con Hollywood o casándose con Pedro J., la envidiamos. Porque hoy no pasa nada. No importa que ese Madrid de libertinaje, promiscuidad y tintes que promulgó La Movida se haya extinguido, ni que reconozcamos que hoy vivimos en una ciudad mucho más moderna que la que se colocaba con Tierno Galván. Lo indiscutible es que fue estremecedor estar allí, en Malasaña en 1982, sintiendo que todo era posible desde lo imposible. Y quienes ya no pillamos el Rock-Ola abierto nos reconocemos excluidos, anhelantes, perdidos con tanta brújula. Todos queremos dejar una muesca en la historia, ser los protagonistas de un instante trascendente, concebirnos, de alguna manera, inmortales. Sin embargo, ya es tarde. Viendo las fotos de La Movida tomadas por Pablo Pérez-Mínguez entre 1979 y 1985 expuestas hasta el 8 de octubre en el Conde Duque comprendemos que nos ha tocado vivir un momento, una ciudad inamovible. Es cierto que hoy la capital es un foco de miles de tendencias, que el arte, el cine o la moda internacionales transitan por aquí como nunca, sin embargo es puro escaparate, la mayoría nos contemplamos al margen de todas esas corrientes, pagando entradas en museos y reuniéndonos en Starbucks.
No deseamos cambiar el mundo, quizá nos conformaríamos con transformarnos a nosotros mismos, con travestirnos durante un rato y que la posteridad nos hiciese una foto como las de Pérez-Mínguez. Sentir que nuestra juventud quedó marcada en nuestra biografía y en la de España por unas consignas y una indumentaria propia en lugar de ver cómo se nos pasa vestidos de Massimo Dutti y pagando una hipoteca. Pero si nuestra juventud no se distingue de nuestra adolescencia ni de nuestra madurez, cómo pretender que se signifique en la historia del país, cómo queremos dejar huella de estos años si ni siquiera tienen excesiva relevancia en nuestras propias vidas. Viendo Mi Movida Madrileña contemplamos a una panda pasándoselo bien. No es una generación de amargados intelectuales ni de barbudos revolucionarios jugándose la vida por unos ideales. Aquellos chavales, sorprendentemente precoces para aquel atrevimiento, estaban dejando su impronta sin dolencias ni pretensiones, simplemente viviendo según sus instintos rompedores y vanguardistas. Hoy, a la mayoría de la juventud se nos ha pasado la edad de la revuelta, se nos ha pasado Madrid, se nos ha pasado la historia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.